sábado, 7 de noviembre de 2020

Fragmentos de terror (II)

Pero el Señor vino a mí. Estaba vivo, era sólido y era magnífico. Escuché su voz: "Corre y únete a mi compañía, no te demores. Puedes tener todo lo que quieras. Tendrás mucho más cuando te unas a ellos". Luego una mujer que me encontré se volvió y miró a los hombres que yacían muertos y sangrando a mi lado. No quería que sufriera con ellos. Me dijo que me levantara. Me levanté, pero no me moví.

Dijo: 

—Muévete. Debes tomar la batalla. No hay tiempo para descansar. 

Recordé a aquel presidente que parecía frágil y nunca aceptó preguntas de los periodistas.

Un reportero vio a su esposa con una cuchara en la mano mientras le daba de comer cereal en un dormitorio de la casa mientras sus dedos separados luchaban por sostener la cuchara.

Mientras él luchaba por sostener la cuchara, ella le vertía periódicamente el cereal en la boca. Se sabe que evitaba la comida frente a grandes multitudes.

Un avión pasó sobre nosotros y me sacó de esos recuerdos. A veces es bueno dejar que los recuerdos descansen. No hay necesidad de llevarlo a todas partes, no hay necesidad de hacerlo parte de quién eres y por qué existes. Ya no siento dolor cuando pienso en mi pasado. No hay dolor, ni felicidad, ni odio.

Pero todavía hay un sentimiento de que algo falta. El sentimiento de amor que sentí ya no está ahí y el vacío sigue estando ahí. Conocí el amor, era real. No fue fácil, no soy ingenuo, tuve mis problemas y luché contra mis propios demonios.

La mujer volvió a dirigirse a mí:

—¿Sabes? No tienes que hacer esto.

—Esa sería mi actitud habitual.

—Esto es estúpido, no eres un adulto. No tienes que hacer esto ahora, sino cuando sea conveniente.

—Esas palabras me cortan hasta la médula.

—La gente siempre quiere minimizar lo que estamos haciendo.

—Estamos eligiendo vivir como niños con necesidades especiales.

—Niños que probablemente tendrán una profunda discapacidad.


Eugenio Larberizu.